LO COTIDIANO ME ENSEÑÓ SU ROSTRO: UNA OBRA QUE NO ES NEUTRAL
Diamela Eltit
Premio Nacional de Literatura 2018
Santiago de Chile, abril de 2024
Alejandro Lavquén en su obra reunida transita saberes culturales y elabora la dirección lúcida y emotiva de su recorrido social. El mundo griego y los ecos latinos circulan de modo amplio y resonante. Saberes que se despliegan junto a las eróticas, las memorias, los cuerpos, hasta llegar al bar, sitio que aloja a una comunidad sin pretensión alguna, sencilla y poderosa, ajena al lujo. Sus imágenes, construyen el centro de Santiago, el pasaje de la infancia, el recurrente viaje por el Valparaíso más legendario, el poder de la mirada alojada en la escritura.
La melancolía se despliega y se pliega para volver a desplegarse. En esa melancolía está depositada una forma de duelo que es constante ante una pérdida irrecuperable. La certeza de la muerte se asoma a través de frecuentes resquicios de la letra como signo inevitable. Pero a pesar del duelo melancólico ante la pérdida de un espacio, de un lugar compartido o más bien de una comunidad, está presente la memoria de sus muertos que no terminan de morir porque viven en una página que los acoge.
Esta obra reunida no es neutral. Su poderosa poética está inscrita entre los tiempos de un tiempo cuyo presente complejo solo es pleno y habitable cuando se presenta el afecto comunitario o bien el encuentro amoroso. Al lado del mar. O bien sentado ante una mesa con otras y con otros en un instante que, por una vez, los vuelve idénticos.
COMENTARIO AL VUELO SOBRE EL LIBRO
LO COTIDIANO ME ENSEÑÓ SU ROSTRO, DE ALEJANDRO LAVQUÉN
Juan Nicolás Padrón
La Habana, Cuba, abril de 2024.
Lo cotidiano me enseñó su rostro, de Alejandro Lavquén, se parece al recuento que hacemos de lo escrito, después de publicar algunos poemarios y de llegar —o estar cerca— a cierta edad declarada eufemísticamente como “tercera”; creemos entonces que debemos dejar algún testimonio definitivo de lo vivido y reflejado en nuestros versos, para que sirva de algo a lectores del futuro. Desde los poemas de los primeros libros de Lavquén se percibe que se ha escogido esta hoja de ruta, persiguiendo tal vez esa huella: las vivencias de la niñez y los dolorosos sucesos que generó la sanguinaria dictadura en Chile; la imaginación poética que acompañó las primeras creaciones con flechazos de la memoria, combinados con la belleza que exige el verso.
El mensaje siempre se encuentra al lado de la justicia, aunque pueda ser incómodo a unos u otros, sobre todo a quienes les interesa conservar una imagen pintoresca de Chile y no “cogen al toro por los cuernos”, haciéndoles pases y banderillas…, porque la verdad sin afeites siempre molesta a alguien. El poeta le incorpora una plataforma mitológica que la hace perdurable. La cultura grecolatina, que también forma parte de la hibridez latinoamericana, se convierte no pocas veces en recurso reiterado, válido para desempolvarla y hacerla más presente, al conducirla por los caminos de la justicia social, actualizándola y aterrizándola a situaciones concretas, a pesar de que no pocos la quisieran escondida en Grecia, bajo asépticos programas académicos.
La poética personal de Alejandro es confesional y se confunde con la poesía social; de ahí brota un compromiso sincero, casi impúdico, muy raro actualmente; se trata de una lucha cotidiana frente a poderosos cantos de sirenas disfrazados con los más tentadores atractivos, “las sillas que invitan a sentarte”, según la canción de Silvio Rodríguez; incluso, usando el discurso rojo de la “izquierda” y las banderas de los antiguos revolucionarios, el lenguaje cínico del “haz lo que digo, pero no lo que hago”. Ya conocemos demasiado bien a esos farsantes trepadores, han sido un desastre para el verdadero avance de la emancipación social en nuestros pueblos.
El balance de la definitiva cotidianidad con la suficiente memoria ha marcado el verdadero camino, más allá de cualquier dogmática teorización o doctrina extranjera. Las historias personales desde la intimidad del amor hasta la tragedia vivida, la desmitificación de la sociedad contemporánea preñada de intereses egoístas bajo las más creativas máscaras y el tránsito de la hipocresía “viceburguesa” —como decía el Che— de la colonialidad al atroz cinismo de seudorrevolucionarios de los más variados colores políticos, señala la vía de esta denuncia en versos comprometida con la vida, al margen de representantes ideológicos, burocratismos partidistas y discursos obsoletos y ridículos frente al horror de la actual turbulencia.
Una lectura entre líneas de su poética, siempre acompañada por la belleza, revela el verdadero rostro de una realidad que va desde la bohemia juvenil hasta el pensamiento crítico de la madurez expresiva, con no pocas influencias de la procacidad del otro Pablo, el de Rokha. La Grecia del poeta ni siquiera es Chile, sino el universo habitado en su cotidianidad y que sirve para cualquier sitio: su existencia se ubica entre el laberinto de la pobreza y las sombras de los nuevos mercaderes, sin abandonar el alimento espiritual de la poesía; su discurso, fundido a su vida, da cuenta de la filosofía de la orientación y el quehacer de los que sobreviven desde abajo y adentro.
La presencia del amor en la obra de Alejandro es constante. El amor al prójimo y a la pareja, el amor romántico a primera vista consagrado en el sexo y el de la costumbre; el amor convertido en cariño y apego familiar; el amor a las ciudades, a sus rincones perdidos, cantos y querencias, con los repasos de intensos lugares y recuerdos reiterados en compañía de amigos, una bohemia que nunca termina porque perdura en la imaginación poética. Posiblemente el más intenso de todos ellos es el amor que surge de la amistad; ese echa raíces tan profundas y puede ocasionar tanto dolor en las desapariciones, que a pesar de los acertados y valiosos poemas escritos para su homenaje nunca se completa todo lo que se queda adentro.
El mar es un símbolo transversal en esta poesía. Su presencia constante queda más allá de revelaciones y dudas. No cesa de estar en el viento salitroso y la noche lo denuncia en los rugidos de las mareas o en los amaneceres siderales con el peso de las estrellas reflejadas en el agua. El mar, por lo general, es inseparablemente nocturnal. El puerto casi siempre está, pero de noche; el intercambio de paisajes en su abandono de miradores y elevadores en Valparaíso, se complementa con el paisaje humano, para construir el hábitat natural de una buena parte de los poemas, bajo un cielo oscuro y frío.
La ciudad y la amistad son las maestras nocturnas del poeta con el mar de fondo. La denuncia ante la injusta pobreza en un país rico y los golpes de la memoria que irrumpen en el discurso, constituyen constantes en una obra coherente y consecuente, con unidad y estilo. Fechas que recuerdan el invierno y un predominio brumoso, entre invocaciones y rutas perdidas, dejan constancia de lo que Lavquén no entiende: el cambio de registro de algunos que una vez fueron sus amigos y hablaron el mismo idioma.
El otro tema persistente es la muerte, por lo general no explícito en su desgarramiento, porque la intensidad para referirse a los ausentes los hace presentes. La muerte se escabulla entre los versos, se infiltra desde palabras dejadas al descuido, se declara en las dedicatorias pero se esconde por los textos. Parece que no está preparada para subsistir después de tanto fuego. A veces se enmascara en una calle vacía o en la rabia de tantos mártires que se siguen haciendo presentes. La Innombrable pasa, no se detiene, y la vemos difusa en la evocación de amigos que ya no están, porque nos han dejado una llamarada de recuerdos inolvidables. Entre el ir y venir, el viaje y la oscuridad, la Parca se asoma, hace una mueca y se va, pero no se instala porque no existe el espíritu doloroso de los cantos elegíacos de la tradición española, sino la energía vital para seguir el ejemplo de los que faltan.
La selección poética de Lo cotidiano me enseñó su rostro mantiene un intenso urbanismo nocturno y marino que se siente en cada momento. Queda registrada en estos versos bajo discusiones con amigos, la memoria de la lucidez en medio de la confesión entre la intimidad del amor, para dejar atrás los fantasmas más perversos. Poética que reitera la persistencia de las palabras para reivindicar la denuncia ante la injusticia junto al desamparo; conversión de la luz del firmamento en energía provechosa; silencio cuando lo irremediable es mudo siguiendo el ineludible paso del tiempo. Entre memorias y reencuentros pernocta esta poesía cargada de amor, armada de razones y ardiendo en la pasión de los rostros de quienes se han ido.
Mitología nórdica-escandinava es un compendio que reúne hechos míticos y heroicos de una de las mitologías más influyentes en el arte audiovisual contemporáneo. Estos mitos nos hablan de una tierra que contiene Nueve Mundos, integrados en el Yggdrásil, que es el gran fresno o árbol de la vida, y cuyos habitantes se encuentran, de diferentes maneras, vinculados entre sí: hombres, gigantes, elfos, enanos, valkirias, héroes, brujas, animales y objetos fabulosos. Todos con un destino común cuando llegue el día del Ragnarokk, el fin de los tiempos. Existían dos razas de dioses, los Ases y los Vanes. A los primeros pertenecía Odín y sus hijos, siendo el dios principal del panteón escandinavo y germánico.
AQUELLA ANTIGUA FACULTAD HUMANA DE INVENTAR
Por Pavel Oyarzún
La convención indica que, en materia de cosmogonías, de mitos fundacionales, aceptemos aquello de su condición explicativa; vale decir, definir lo inalcanzable, en diversas comunidades y estadios del desarrollo de la especie. Quizás aquí calce, perfectamente, lo afirmado por el poeta T.S. Eliot, en cuanto a que lo seres humanos no somos capaces de aceptar demasiada realidad. Por lo pronto, la muerte. De acuerdo. Pero también tiene espacio aquello que trasciende a esta condición de ser una explicación del mundo para adquirir aquella de ser, a su vez, la creación de un mundo, a través de una larga tradición oral. En cuestión de mitologías, explicar es imaginar, y, por tanto, producir. Allí, en aquella sucesión de eslabones temporales, donde se crea y vuelve a crear el cosmos, a modificar la tierra, la especie cumple con su propósito de ir en busca de Dios o de dioses tutelares. Es, entonces, una forma de transmutarnos, en un relato, durante algún tiempo, en divinidades, creadoras de la vida, de toda vida, de un territorio, y del tiempo.
Lo asombroso aquí, junto con la configuración de estos seres y realidad fabulosos, es aquella antigua facultad humana de inventar. De fundar otra vida, otros ciclos. Sorprende comprobar, en la lectura del libro Mitología Nórdica-Escandinava, de Alejandro Lavquén, que hoy presentamos, la persistencia de este contraste entre la vida material, en un territorio inhóspito, liminal, muchas veces desmesurado en sus contiendas y rigores que, por cierto, desbordaban la existencia de los pueblos que lo habitaron y el surgimiento de un universo ficcional, de extraordinaria riqueza y diversidad, de un portentoso despliegue de historias, de una épica estelar, de un mundo sin orillas. Insistimos, esta lectura expone, de nuevo, este contraste; la inmensa superioridad de una vida espiritual, por llamarla así, en relación a la realidad material, de la cual surgieron esta y otras antiguas cosmogonías. Insistimos, aquí se refrenda el poderoso alcance de la ficción, presente en los seres humanos, cualquiera fueran sus circunstancias.
Para conocer a una sociedad, conoce sus cárceles, decía Dostoievski – y él sí que supo de prisiones, como sabemos-; bueno, en una paráfrasis, aventurada, podríamos decir que, para conocer a un pueblo, una cultura, debiéramos conocer sus mitos. Y aquí, en este compendio, de la Mitología Nórdica-Escandinava, expuesto en lenguaje claro, didáctico, nos sorprende, a modo de adelanto, -y tan solo este, nos permitimos- que, en la mitología creada por antiguos pueblos de la Europa septentrional, al contrario de los dioses de la mitología griega, por ejemplo, sus dioses fueran mortales. Podríamos aventurar, por ende, que la relación con la muerte, fuera la de asumir esta frontera, de un modo más natural y propio. Pudiera ser. Como está dicho, es una inferencia azarosa, de nuestra parte.
Y toda esta inmensa construcción mitológica, llevada a lomos de una pertinaz y poderosa tradición oral, al igual que otras tantas, sostenida en el ritmo de los versos, vale decir, en una de las formas que adquiere el canto, confirma aquello de que un principio estuvo el Verbo y la Creación Poética; más tarde recogidas, en la escritura, de los poemas que constituyen la Edda Mayor y la Edda Menor. Tal vez, como afirma Snorri, estos dioses alguna vez fueron personajes de carne y hueso, llegados desde Asia y que con el tiempo fueron elevados a tal altura. Es una posibilidad. Sin embargo, en lo concreto, nos queda aquel pacto establecido entre Poesía y Mito. O Mito y Poesía, como se prefiera, porque no altera el producto. Pero se trata de una antigua alianza, sin duda. Y a resultas de esta, surgen El Principio, La Creación del Mundo, de Hombres y Mujeres, la Luna y el Sol, el Origen del Viento. Los Gigantes, La Gran Batalla. Y Odín. Y Tor. Y Frig. Y todo el gran elenco divino.
También podemos constatar, en estas páginas, aquella proximidad primordial, hoy aparentemente ya perdida para siempre – y que a su vez nos pierde en tierra yerta, tal cual – entre nuestra especie y la naturaleza: el rol estelar que juegan caballos, águilas, serpientes, lagunas, los espejos del hielo, cisnes, el viento supremo, Yggdrásil, el Árbol de la Vida, aquella fronda donde se resuelven todos los mundos conocidos.
En esta nueva edición de Epopeyas y leyendas de la mitología griega, revisada y aumentada, que incluye mapas y cuadros genealógicos, podrás recorrer, en 408 páginas, los mitos y leyendas de la antigua Grecia. La influencia de la mitología griega es determinante en la cultura, literatura y arte de Occidente. El conocimiento de estos mitos y leyendas es fundamental para comprender muchas obras literarias, filosóficas y artísticas donde son aludidos con frecuencia. La relación entre mitos y temas fundamentales para el ser humano es permanente.
Sobre la obra, ha dicho CARLOS GARCÍA GUAL, traductor y catedrático de Filología Griega en la Universidad Complutense de Madrid, miembro de la Real Academia Española (RAE) y director de la Biblioteca Clásica Gredos:
“Un nuevo y excelente libro de mitología griega. Resulta interesante observar cuántas veces nos encontramos leyendo nombres de personajes míticos griegos bien sea en citas o incluso en algún anuncio publicitario, nombres que son ecos sueltos de un imaginario ya lejano y fabuloso, el de la mitología griega, de tantos reflejos en la tradición literaria y artística de muchos siglos. De ahí que nos sea muy útil disponer de un buen compendio de los mismos, texto de consulta que conviene sea muy completo y redactado con notable precisión y estilo muy claro. Como este de Alejandro Lavquén, Epopeyas y leyendas de la mitología griega, que nos facilita identificar a cada personaje, sea dios o diosa, héroe o ninfa, y situarlo en su contexto mitológico. Ha sabido resumir de modo escueto y sugerente lo esencial de muchos y famosos relatos de la extensa literatura helénica, ha ordenado el conjunto con muy buen criterio, y le añade una bibliografía muy bien seleccionada para quien desee ampliar los datos y proseguir los relatos ahí presentados”.
Por su parte, ANTONIO ARBEA, traductor y profesor de latín de la Facultad de Letras de la Pontificia Universidad Católica de Chile y miembro de número de la Academia Chilena de la Lengua, ha expresado:
“Mérito central de este libro es el hecho de que ha sido elaborado directamente a partir de las fuentes griegas fundamentales, haciendo de ellas una relectura que fue espigando de aquí y de allá la información que finalmente aparece ordenada y clasificada en estas páginas. Por esta obra desfilan prácticamente todas las figuras de la rica y sugerente mitología griega. El autor, consciente de que la literatura y el arte occidentales han sido fecundados durante siglos por la Antigüedad grecolatina, ha procurado que su trabajo patentice la deuda que tenemos con el mundo clásico. Ortega decía que un libro de ciencia tiene que ser de ciencia, pero también tiene que ser un libro. Este manual de mitología griega lo es. No solo cumple con su función primera de entregar información pertinente con orden y en dosis adecuadas, sino que también se deja leer como una buena novela. Es ameno, de placentera y fácil lectura. El reiterado recurso a las fuentes, a las que se cita con oportunidad y medida, es un rasgo que distingue a esta obra de las otras de su género. A cada paso, el autor deja hablar a Hesíodo, a Homero, a Apolodoro, consiguiendo que el lector acceda directamente a los textos clásicos y reciba así una información de primera mano. Lejos de ser una amonedación escolar más que sustituye a las fuentes, esta obra es una seductora invitación a leer a los antiguos sin intermediarios. En suma, este es un libro inteligente, que transita con originalidad y buen tino por el abigarrado mundo de la mitología griega. Constituye una importante contribución a los estudios clásicos, que sin duda será bienvenida por especialistas y por el público general.
CUANDO MÁS OSCURA ES LA NOCHE, MÁS CERCANA ESTÁ EL ALBA
Juan Nicolás Padrón
La Habana, Cuba
Octubre de 2009
Puede haber dos tipos de poemas: unos, los perfectos y acabados, los contenidos, equilibrados y correctos, casi siempre gélidos y tan virginales que pueden parecer artificiosos o artificiales; los otros suelen ser imperfectos y explícitos, siempre inacabados y directos, no se ocultan para blasfemar o ser “políticamente incorrectos”, echan espuma por la boca y fuego desde las entrañas, se arriesgan y vibran en las calles con la naturalidad de las voces de muchos silencios. En los primeros, los cuidados formales predominan; en los segundos, el temperamento decide. Si usted prefiere los primeros, no siga leyendo. Si gusta de la poesía “incontaminada”, le adelanto que el poeta y su obra tienen un compromiso verdadero y apasionado por los que luchan por la justicia social, así que le recomiendo detener definitivamente la lectura ahora mismo y quedarse tranquilo en casa revisando sus libros de tapas duras o contando sus dineros. Mas si usted está contagiado con el virus de los apasionados que sueñan y persisten en alcanzar una sociedad más inclusiva y mejor, de los que luchan contra la indiferencia y el egoísmo, de los que siguen peleando sin callarse la boca ante los desmanes de la barbarie, entonces póngase las botas y vamos a caminar juntos porque a buen baso atraviesa la noche para esperar el día con los ojos abiertos.
Alejandro Lavquén, autor de A buen paso atraviesa la noche (Mosquito Editores, 2009), mantiene en estos textos un mensaje prístino como agua de manantial y directo como bala de cañón, explica sus adeudos y rechazos en política y en estética, pone las cartas sobre la mesa sin esconderse tras disfraces ni amedrentarse, proclama guerras en tiempos en que casi nadie las declara aunque casi todos las hagan, se sitúa con lenguaje preciso y contundente bien lejos de cortesanos de espinazo feble, y se alinea junto a los sempiternos imperfectos lenguaraces, los bohemios desprotegidos de mesadas y prebendas; su vocación es la parcialidad porque sabe que el punto medio es también parcial; conoce las impurezas de la realidad y se “ensucia” con ellas porque ha visto a dónde han ido a parar los puros y los pulcros; está convencido de que es más importante sentirse poeta por vivir en la poesía, que vender palabras en la bolsa de la cultura, negociar versos, convertirse en un mercader de imágenes de moda para alcanzar un sitio entre las “autoridades” de las oficinas de Apolo. Está persuadido de que siempre el riesgo convive en la cotidianidad y que la creación artística va a continuar al margen de los doctores de las sinalefas y de los burócratas de los hemistiquios.
La poesía, como la pasión, ni se rinde ni se vende; no busca un puesto oficial ni seguro, ni aspira a instalarse en la Fama; no concita un acuerdo con el Destino porque camina al son de la vida ni está al tanto de los precios de los temas y los lenguajes en el mercado mundial de la palabra, y la de Alejandro se concentra en lo que se habla en la calle más próxima, en el bar de la esquina, en cualquier muro marino frente al mar… Lo poético aquí huye de las instituciones con secretaria y fax para acertar en tabernas con chinche y chicha, con pobres diablos y diablos pobres de grandes razones y harapos, irradiando la luz de la pobreza. Lavquén encuentra sus versos en la orilla del mar o en la travesía de un pájaro, en un secreto frente a un crepúsculo o en las mañanas babilónicas de un pueblo azul. Naufragios y sombras que aguardan la música del mediodía, espacios infinitos o de enclaustramiento constituyen las citas para hallar la poesía, esa sustancia inasible que se desvanece al tocarla y se sabe intangible pero cercana, aparecida en la noche e indefinida en el amanecer, como si no se dejara ver, como si apenas pudiera definirse.
No se describe en estas páginas el paisaje si no están los seres humanos que lo hacen posible; el paisaje humano interesa más que cualquier otro. Historias de estudiantes, trasnochadas cantinas, crónicas de amores y desamores que alguna vez fueron pura vida aunque ahora los muertos sigan vigilando las calles que en otra ocasión resultaron refugio y escondite, ambientan el sustrato de un conocimiento que se reafirma y que no aparece en los libros de los doctores: Dioniso contra Aristóteles. Vivir a la intemperie para escribir con la gravitación del mar de Valparaíso encima; el milagro de la escritura emerge trenzado entre miradores y pelícanos, manos y besos, recuerdos y muertos, mendigos y alfombras, muertos y más muertos… La denuncia que se infiltra en estos paisajes urbanos y marinos vive latiendo desde una visible cicatriz todavía reciente, integrándose para la construcción del futuro, sin nombrar la causa de pasadas heridas, que de vez en cuando se abren mostrándose; no puede haber olvido porque nada ha sido saldado ni reparado, y continúa pendiente una cuenta sin cobrar por los “indóciles”. Crepúsculo y alba acusan esos resultados: aún forman parte del paisaje los explotados que salen del trabajo y los hambrientos que piden limosnas.
La vuelta a los lugares que fueron de otra manera y ahora se deshacen en sombras, descubre en estos textos una silueta conocida que recuerda a la esperanza aunque no desaparezca como fantasma el fatídico 1973. Las bayonetas que una vez se volvieron contra el pelo largo ―el mismo que toda una generación de aquí y de allá quiso dejarse hasta la cintura― y las faldas cortas, vuelven amenazantes con sus filos; no es pasado pasado la brutalidad de quienes cumplieron órdenes y todavía se mantienen en sus cuarteles esperando las nuevas, quizás ahora vestidos de cuello duro; no es inútil entonces, ni arcaico, estar atentos a nuevas sacudidas; es traición el olvido y complicidad cualquier pacto. A pesar de la aflicción que recorre el cuaderno de Lavquén, nos alerta en su melancolía un anhelo en perspectiva creciente que no cesa; no es decadente su mensaje ni puede serlo porque en cada página se asoman ojos vigilantes y manos listas en un Valparaíso que ahora ha cumplido mayoría de edad y camina solo mirando atrás, para los lados, pero, sobre todo, hacia delante y hacia arriba. Puede haber lluvias y distancias, tormentas que desatan la ira por promesas incumplidas, nocturnidades de invierno y soledad, discrepancias y desencuentros ―dicen que donde hay dos chilenos, hay tres partidos políticos―, ausencias sin olvido, sortilegios que se enredan en el silencio, meditaciones y más soledades aun entre parejas, llovizna pertinaz y muertos, muchos muertos… Y como siempre hay poesía, la resurrección de luz propuesta en estos versos levita del extravío de las llamas que se van apagando y de las sombras que ya casi no se identifican.
En el horizonte, una guitarra espera para compartir un sueño en el oasis; la posibilidad de que a un canto nuevo siga a otro, late más ahora más fuerte aunque un hombre no tenga nada en sus bolsillos. Continúa siendo una dicha compartir la orilla del mar y comprobar que la luna siempre regresa a su sitio y que el sol en su travesía oculta viene llegando para regalarnos su luz sin exclusiones. El azul y la claridad parecen triunfar sobre el luto y las perversiones, y predomina en el poemario la confianza por la cosecha, a veces, con la inocencia de lo explícito, alertándola claramente para todos los ojos: “Pero al fondo de la luz,/ ―entre la oscuridad―/ todavía existen/ el agua y la semilla”. Pero cuidado con el tradicional exceso de entusiasmo de las izquierdas: los eclipses están programados, la luz puede evaporarse por momentos ante la salida de los gendarmes que siguen en los cuarteles esperando órdenes, los ojos asustados de los vampiros continúan mirando temblorosos por las altas ventanas de persianas entornadas. Ojo con el cielo gris y los demagogos de la oportunidad, con los cambiacasacas que salen con sus porras escondidas tras banderas rojas: ¡cuídate Chile, de tu propio Chile!
El poemario de Alejandro Lavquén plantea un juego entre luces y sombras, propone una vigilancia constante por la naturaleza de una claridad que llega con el alba, persiste en la denuncia directa de lo que para muchos ya resulta una evidencia inmoral, reitera los desmanes de una transición nocturna o de una concertación concertada que todavía cuesta vidas: los muertos y los muertos en vida. Estructurado en dos partes, “La edad bajo la lluvia” y “Esquinas de ciudad”, el texto advierte la entrada de la noche y su salida. El desespero del autor por la llegada de un radiante día no se disimula mientras el peso de septiembre convive en cada tragedia cotidiana: algunos se acomodan y se distancian, unos traicionan y pactan, otros siguen disimulando para dar un golpe particular en el negocio de la política… Con la aparición del sol, cada cual muestra su verdadera piel y solo quedan los que tienen luz propia; como ha escrito José Martí: “Nunca es más bella la luz que después de tenebrosa noche”; como ha cantado Silvio Rodríguez: “Quedamos los que puedan sonreír/ en medio de la muerte, en plena luz”.
Los textos recogidos aquí son versos de la vida que sangran y sueñan; poemas vitales que caminan por Valparaíso; poesía dinámica que avanza con las horas a favor del tiempo; poética del ser humano, la de un poeta frente al mar. La sed acumulada de justicia social pendiente, la angustia que provoca en el poeta y que hace temblar a cortesanos con una permanente espada de Damocles sobre sus cabezas, el ansia de que los muertos que pululan por la ciudad al fin descansen en paz, cobran en este poemario una dimensión que va más allá de la estética y de la política para adentrarse en una lucha ética diaria que debe predominar hoy entre los revolucionarios verdaderos de Nuestra América, independientemente de los partidos en que militen y de los estilos poéticos que abracen. A buen paso atraviesa la noche, de Alejandro Lavquén, es su obra de madurez y recuento, de recurrente rebeldía emocional y nostalgia constructiva, repasadora de pasados y simiente del sueño de unidad americana de los hoy Estados Des-unidos del Sur, como afirmara Francisco Bilbao; de pertinaz insistencia en la “necedad” de permanecer luchando por encima de distancias sospechosas, silencios cómplices y mediaciones traidoras, para consolidar una obra poética y de vida que nos alienta a continuar “hasta la victoria siempre”.
EL SENTIDO QUE NOS OTORGA LA PALABRA
Por Isabel Gómez
Hay quienes se preguntan, ¿cuál es el rol que cumple el poeta y la poesía hoy?, en esta época de la posmodernidad, de la globalización, de la cultura de mall, se dice que el poeta ha dejado de tener un valor social, más bien es ignorado y sus libros permanecen en estanterías que nadie visita. En nuestro país las últimas estadísticas, en relación a la población lectora, enuncian que somos un país que no lee y son estas mismas estadísticas las que nos sitúan muy por debajo de la norma. Sin embargo, los libros de poesía continúan editándose y esto viene a constatar que la poesía está más vigente que nunca, que los poetas tienen algo que decir en esta sociedad amorfa y que no solamente debemos escucharnos nosotros mismos, sino más bien ser sujetos sociales que inviten a la reflexión, a la crítica, al diálogo. Es así como celebro la publicación de: “A buen paso atraviesa la noche”, nuevo libro de Alejandro Lavquén, que viene a confirmar su preocupación, no sólo por escribir poesía como un ejercicio banal, sino más bien utilizar este arte como una herramienta que nos permita ser un aporte real para cuestionarnos la existencia desde una mirada crítica, indagadora, reflexiva, que vaya al encuentro de nuevas interrogantes. El autor nos dice: “Me siento ajeno a esta época/ de transiciones apócrifas,/de rostros y cuerpos cromados/ ocultándose en el silabario/pueril de la uniformidad…”. Se escribe porque se vive, por la misma razón que vuela un ave, nos dice el autor, así la poesía es una viajera que se impregna de nuestros sentires, y se mueve en las subjetividades del ser que trasciende el día a día, que vuelve sobre sí mismo cada vez que el día concluye.
Sí, es probable que el poeta no vuelva a tener un papel protagónico y relevante en la sociedad actual, mas, no es menos cierto que la poesía siempre se encargará por encontrar un lugar no contaminado, por los aires de esta mal llamada modernidad y respire, por el contrario, el silencio del ser que se busca a sí mismo, que lucha por reencontrarse consigo mismo, que se siente ajeno a este sinsentido de una sociedad que nos abruma, que nos posterga a los rincones más apartados del yo. La palabra verdadera es aquella que no nos consume, aquella que no sucumbe a la modorra existencial, porque a buen paso atraviesa la noche, y es la oscuridad la que viene en nuestro auxilio, la que nos ayuda a reencontrarnos, pero también la que nos mantiene alerta ante el desconcierto total, la indiferencia y la ausencia de sentidos. Lavquén plantea: “La soberbia de la urbanidad/ va sepultando los barrios/ de la infancia. /Junto a ellos se observan las tumbas/ de los amigos extraviados/en el silencio de la adultez”. El cambio de la ciudad y su paisaje urbano va transformando nuestras vidas, aquí la infancia es una experiencia que quedó adherida a antiguos paisajes que sólo existen en nuestra memoria, en el silencio de las veredas que ya no son las calles donde nuestro imaginario infantil, construyó las historias de nuestra niñez. El espacio ha sido modificado y con él nuestras vidas.
En estas páginas la muerte es un tópico que se articula para y desde la memoria de los cuerpos. Cito: “Hoy los muertos no me duelen como ayer./ Hace mucho me han dejado sordo y frío”. En estos versos la muerte es vista como algo natural, una prolongación en el tiempo, un cambio en los elementos: “Los que ayer soñamos el sol,/avanzamos también como el agua…”. Aquí la existencia es el caos y la muerte la pasividad, la amiga íntima, la amante que sobrevive, bajo este escenario la palabra trasciende y se instala más allá de la existencia. Bajo estos prismas se construye un imaginario en el que perviven temáticas que nos invitan a profundizar aquellos tópicos que cohabitan en una realidad fragmentada, es así como transitan por estas páginas los secretos de una época que lucha por trascender más allá del tiempo, aquí el poeta es un vigilante sagaz enarbolando los triunfos y fracasos de una época de ausencias, una época oscura, con muchos “silencios y distancias”.
“A buen paso atraviesa la noche” es un texto poético que enuncia la problemática de los sujetos sociales que no se sienten cómodos, en esta sociedad que los ignora, que los minimiza, que los posterga. Sin embargo, el discurso poético planteado, nos exige recuperar espacios de reencuentro consigo mismo, replanteándonos esta sociedad en donde se ausentan cada vez más los valores y la solidaridad humana. Es ahí donde descansa su valor más intrínseco, ya que la poesía nos debe servir, ante todo para humanizar. Porque: “La ciudad estalla en los suburbios/su sombría sonrisa de mall,/símbolo del éxito/al marchitar el tiempo un siglo más…”. No debemos ser indiferentes a esta realidad, la poesía nos exige compromiso, porque cuando todos observan con la mirada indiferente, los poetas deben ser transformadores, sujetos lúcidos, una forma de mantener viva la memoria, porque: “Un hombre cava su tumba/a los pies de su memoria”.
El hombre común y los hechos comunes tienen su espacio en este libro, el discurso poético se detiene, en los sectores sociales que son desapercibidos por el resto, sobre todo ahora que el espacio urbano ha sido amenazado por la mal entendida modernidad, siendo destruidos. En estos lugares circula y trasciende la cultura popular como una fuente de inspiración que va más allá del conocimiento académico. “Amo las cantinas/más que el aprendizaje académico/de toda mi vida…”, nos plantea Lavquén. Estos lugares comunes escriben otra historia, no aquella que transmite la historia oficial, sino aquella que enuncia. “Escribo un poema con mis cicatrices”. Y también las cicatrices del otro, porque es un libro en donde se conjugan los tiempos reales con los tiempos imaginarios, el espacio propio y el espacio del otro, en donde se enuncia una ciudad con sus sombras y su luz y la escritura como una herramienta llena de sentidos y significados que nos permite entender la existencia y en ciertas ocasiones no entenderla, porque como dice Julia Kristeva “Se olvida el tiempo pasado cuando no se tiene nada que decir a nadie”. Ese es el sentido que nos otorga la palabra.
A BUEN PASO….
Por Dinko Pavlov
Presentación del texto de Alejandro Lavquén, A buen paso atraviesa la noche (Ed. Mosquito, 2009), un día cualquiera de nuestra amistad, sin haber sido pedida por supuesto.
He transitado desde hace tiempo por la literatura de Alejandro Lavquén; “del Lavquén”, como lo pronuncian algunos con cierto dejo, pensando en rebajar su condición humana con el apellido mapuche que asumió en las letras. Me costó ir recibiendo sus mensajes entreverados, sus signos vitales, a pesar de que nada hay escondido, me ha hecho acreedor a sus verdades desde los albores de nuestra amistad; y aunque siempre he buscado esa fecha en mis efemérides personales, no he tenido suerte, se pierde en el pasado, habiéndose ido fraternizando tanto, hasta llegar a pensar que hemos salido de un útero común.
Mientras más lo leo, más convencido de que nada sale de ese intelecto que no haya sido investigado primero por los sentidos, por los cinco puntos cardinales de su espíritu inquieto, filosofía de lo inefable, de lo que el resto quisiera esconder, en la poesía Lavquiana reaparecen las verdades como corchos que se sueltan desde el fondo del mar (y lo extraño es que ello no le resta lírica).
Hasta en la ternura muestra una avaricia y reticencia, pero sin darse cuenta la pide como el oxígeno. Desfilan por sus versos: postales porteñas mostrando escaleras y ascensores, transitados hasta el hartazgo desde joven, tendederos atiborrados de prendas interiores e intensos cariños, que se muestran para luego esconderlos cerrando las manos, como mago que teme que descubran sus viejos trucos y secretos; esas balas exterminando a sus vecinos y a sus recuerdos del barrio. Un maestro diría, para los silencios entre palabras encerradas, que darán a luz en el cerebro del lector, a los días de leídos. Aún le quedan en la pluma, razones de la naturaleza para contraponer a estas conductas farandulescas, tratando de llamar al equilibrio. Este es Alejandro, agregando un botón más de muestra a su creatividad poética innegable. Aunque esta opinión venga de su cercanía afectiva, no es óbice para opacar mi objetividad.
SEMIDIOSES Y MORTALES
Por Gregorio Cádiz
Muchísimos son los estilos y rigores de la poesía, tantos como poetas, porque se trata, en última instancia, de maneras de hablar, de tonalidades, de temas, de intensidad y fulgor. Uno puede imaginar, al margen de retóricas, grandes vertientes caudalosas: la poesía cercana a la intimidad, recogida, discreta, casi para ser susurrada, y la otra, la poesía de la calle, hablada en voz alta, cercana a veces a la épica, con acentuado tinte social, aunque no siempre de compromiso y lucha. De esta segunda vertiente son los poemas de Alejandro Lavquén en el libro “Sacros iconoclastas”, editado pulcramente por Ediciones Mosquito.
El título intriga. ¿Sacros?, es decir sagrados, ¿Icococlastas?, destructores de imágenes, luchadores contra los ídolos. Las palabras parecen antagónicas, pero no lo son. Son los respetuosos de lo sagrado –como expresión de lo esencial del hombre- que al mismo tiempo deben ser destructores de las imágenes y los ídolos perversos, instalados en la pugna entre el bien y el mal, la justicia y la explotación.
Son treinta poemas breves y uno extenso escrito en prosa –Satángel-, dos partes, por así decirlo, que tienen más contactos de los que aparecen en la superficie. Lavquén, con sensibilidad e inteligencia asume el mestizaje cultural en que vivimos, mezcla de realidades del Primer Mundo con las tragedias y miserias del mundo pobre y humillado en que se cruzan tradiciones culturales de profunda raigambre. “Extraños parajes,/ ciudades híbridas,/ se reiteran llamándome”, dice el poeta. El mito griego transita por la vida cotidiana y el arquetipo aclara o aporta misterio. En un pacto de amor, dos ancianos se suicidan abrumados por la pobreza: “Dos balas/ y el derecho/ de sus sombras al país de los Hiperbóreos/ donde Admeto y Alcestes los esperan/ con la mesa servida”. Aillavilú esquina de Bandera se traslapa con la Atenas de Sócrates o un recodo de Tebas, dioses y semidioses se mueven entre cielo y tierra. El mítico bar 777 se convierte en Monte Sietino y el funeral de un luchador popular es una metáfora en que Prometeo recibe “de aquel viajero/ el fuego que se multiplicó/ en la periferia de las ciudades”, mientras ante la marcha del cortejo: “avergonzados, algunos/ apóstatas,/ lloran la consecuencia ajena”.
El efecto es notable, también por el cruce de tiempos y sentidos. “El legendario rey Minos golpea su orgullo/ contra lo imposible/ los rebeldes escriben su utopía/ en las alas del poder/ Ícaro sacrifica su juventud./ Dédalo vuela hacia la libertad”, es un buen ejemplo y también estos versos: “África arde como un diamante./ Los hijos de Memnón/ caen famélicos en la gigantesca/ fosa común./ Un continente estalla frente a las pulidas ventanas/ de la Atlántida”. En los versos está la lucha revolucionaria. La rebeldía no ahoga la lucidez: “Se nos ha vuelto costumbre/ recoger nuestros muertos/ desde el campo de batalla/ mientras sus sombras/ claman digna sepultura”.
Mientras los poemas anteriores discurren entre coordenadas reconocibles, con claridad y relativo orden, Satángel –el último poema, en prosa- es una cala en un mundo caótico, donde impera el sin sentido de la crueldad y la explotación. El protagonista –mezcla de poderes angélicos y sustancia humana- vigila, observa y participa. Sufre con el dolor de los otros y los tormentos propios, sin dejar, por eso, de amar y sostener una obstinada esperanza. De la mano de dos amigos recorre Valparaíso y sus círculos infernales, los espacios de luz, las plazas, las escaleras y los oleajes. El lenguaje se hace estrecho para contener el caos. Héroes como Lautaro, Espartaco, Túpac Amaru y Quilapán se codean con los dioses griegos y también con Gloria Trevi y la Virgen María. La prosa se hace retorcida con cierta influencia rokhiana, pero sin perder su propia propuesta: “Cuatro veinte y madrugada, cuatro veinte y madrugada. La hora en que se duermen los empresarios sin recordar los ríos de sangre espesándose en los ojos estrangulados de los sembradores de plusvalía, destrozados en sus músculos y esperanza”. O en estas otras palabras: “la baba del capitalista masacrando y el sarcófago de la gran revolución entumecido, aullaban cada uno por su lado”. Y en estas líneas: “Nada sobrevive sin el combate de quienes liberan la virginidad de los astros en la geometría de la conquista, para luego chorrear magistrales teoremas en la piel de los asteroides”. Satángel no tiene el diabolismo de Maldoror. Es un testigo-actor comprometido con el bien y la justicia, enfrentado a un mundo corroído, monstruoso y decrépito, que lo desgarra con su ignominia y lo lleva a lanzarse –con fría determinación- contra la “eternidad de los siglos”.
CANTO AL ÁNGEL CAÍDO
Por David Bustos
Me atrevo a afirmar que Sacros Iconoclastas, del poeta Alejandro Lavquén (1959), es lo mejor que nos ha ofrecido desde su primera publicación (Canto de una Década, 1981). Esto también quizás ayude a confirmar la premisa del poeta argentino Leónidas Lamhorghini, que dice que antes de escribir hay que publicar.
La literatura tiene distintos grados de urgencia, la poesía escrita con premura no siempre arroja buenos resultados, subrayo lo de «no siempre arroja buenos resultados porque hay casos singulares y excepcionales, sin ir más lejos el de Manuel Silva Acevedo, autor del poemario Lobos y ovejas (1976) que fue escrito (según el poeta) de una sola sentada y que es quizás el libro más emblemático de su conocida trayectoria. La idea de la urgencia, entonces, ha perdido relación con la calidad del o los textos. Siempre hay excepciones a la regla, basta con recordar que J. Joyce para escribir Ulises tardó 15 años.
Digo todo esto, pensando que Sacros Iconoclastas (Mosquito ediciones, 2004) de Lavquén es, a mi parecer, el primero de sus libros, considerando que los textos anteriores (Atardeceres y Alboradas, La libertad de Pérez, El hombre Interior, etc.) tienen más bien aires de poesía ocasional y por lo tanto de escasa profundidad y repercusión.
Sacros Iconoclastas, a diferencia de los intentos poéticos anteriores, no se estanca en ese lirismo frugal y advenedizo, ahora éste se ha tensado, dando un paso adelante en su profundidad y sensibilidad para proponernos un texto poético que tiene varios grados de lecturas. El poema XVI, quizás sea un buen ejemplo de cómo el sujeto lírico esculpe materiales aparentemente disímiles (mitología griega, poesía social o crónica roja) condensándolo de esta manera: “De la mano ensangrentados/ los ancianos sobre el lecho. / Dos tazas de té aún humeantes./ Cuentas de agua y luz/ ahogadas en el piso./ Las enfermedades dolor/ de la pobreza y Esculapio/ prisionero de los mercaderes/./ Un pacto de amor. Dos balas y el derecho/ de sus sombras al país de los Hiperbóreos, / donde Admeto y Alcestis los esperan/ con la mesa servida”. El autor ocupa el caso de Juan Beltrán y Blanca Jiménez (según explicación a modo de epígrafe del autor) ambos esposos, ya ancianos, que se suicidaron abrumados por su pobreza. Por otro lado, Admeto y Alcestis serían las figuras arquetípicas que ocupa el sujeto para unir estos dos estratos (mitología griega y crónica roja). Admeto es rey de Tesalia y uno de los argonautas, que fue informado por Apolo que lograría la inmortalidad si encontraba a alguien que se ofreciera a morir en lugar de él. Alcestis amante esposa de Admeto ofreció su vida por él y descendió al Averno siendo rescatada por Hércules.
Sacros Iconoclastas va tomando elementos o hilos arquetípicos de La tragedia griega y los va hilvanando con la crónica roja o la poesía social. Por eso no es extraño ver a las etnias del mundo al lado de Zeus o Ares o 120 Santa Rita y Ganimedes en un mismo poema. En este afán del autor no hay sólo un voluntarismo de hibridez de combinar registros distintos, sino una clara conciencia, un conocimiento de la tragedia, de las lecturas y relecturas de Eurípides, Sófocles y Esquilo como para poder articular con acierto este procedimiento poético que tiene un frescor de belleza irreal. Digo irreal, porque Lavquén desmonta de la mitología griega lo que necesita, lo mismo que con su preocupación políticas-sociales, y lo vacía en un nuevo elemento de contenido distinto a los orígenes de los cuales se nutre.
La última parte del libro está compuesta por un extenso poema escrito en prosa que se titula “Satángel”. Un poema seudo filosófico de tono grandilocuente (veces Rokhiano, veces Nietzchiano) que funciona independiente del conjunto de poemas que lo precede y que a primera vista parece un añadido, pero está totalmente justificado desde el punto de vista de la tragedia (la lucha contra un destino inexorable, el conflicto con el poder y el tono grandilocuente). “Satángel”, es realmente la voz de Sacros Iconoclastas, el ángel caído, el paraíso perdido; aquí Lavquén nos entrega lo que creo cumbre del libro, resuelto, con un manejo ágil de la prosa y con imágenes reveladoras. ¿Quién es este Satángel? Dejemos que nos hable el autor: “Me han llamado azufre/ y me han llamado miedo,/ más soy la ciencia y la libertad”.
Bachtin dice acerca del artista de la palabra, que tiene como fin último superarla, pues el objeto estético crece en las fronteras del lenguaje. Sacros Iconoclastas es el mejor ejemplo de este desborde, para Lavquén, que en sus principios líricos se centró en el centro agotado de los sentidos y ahora muestra una clara intención de riesgo, una propuesta que sin lugar a dudas le saca varios pasos de ventaja a lo que anteriormente había publicado, y que en consecuencia asoma con fuerza e interés dentro del panorama de los libros de poesía publicados este año 2004.
LO SACRO Y LO ICONOCLASTA CONSTRUYEN UN IMAGINARIO
Por Isabel Gómez
La historia la podemos recepcionar e interpretar de distintas formas. Es determinante en dicha interpretación nuestro mundo ideológico, nuestras subjetividades, todo aquello que queremos aprehender hacia nuestro imaginario, que nos permita acercarnos a la realidad y rememorar pasajes de ella que están presentes y que cobran vigencia cada vez que buscamos un referente desde donde sostener nuestro fragmentado ser.
“Sacros Iconoclastas”, nuevo libro poético de Alejandro Lavquén testimonia pasajes de nuestra historia, de lucha, de reivindicaciones, de pesares. En estas páginas, lo sacro y lo iconoclasta construyen un imaginario a través de sucesivos viajes por los misterios del ser, este ser que camina en su soledad, ausente de dioses, sólo con la certeza de vivir bajo el desamparo de las individualidades, las cuales están por sobre el pensamiento del saber ser que tiene una visión integradora de la realidad, donde indudablemente, necesita la cultura del otro, para construir a partir de esa experiencia un imaginario colectivo, un mundo en donde lo onírico retorne y le dé sentido a nuestros días, un mundo en donde nuevamente afloren los anhelos, los asombros, sin embargo “los hombres intentan negar sus rostros/ ante el juicio/ de las nuevas generaciones/ Han dejado turbio el corazón/ de las aguas y agrietado/ el aire en la boca/ de otros hombres.”. La dicotomía dada entre lo sacro y lo iconoclasta, es parte del discurso poético que enuncia y denuncia, a través de tópicos que comunican la compleja sociedad actual, amparada por sistemas políticos que han postergado al ser humano al caos existencial en donde difícilmente sabemos vislumbrar diferencias reales entre el bien y el mal, en donde el mundo, promulgado por Atenas, de la belleza con sencillez, es un anacronismo más del paisaje urbano, este mundo, al decir de Platón, donde el verdadero conocimiento del bien no interesa, a pesar de ser el único conocimiento que nos permite sostener en armonía; la verdad y la virtud. En “Sacros Iconoclastas” el sujeto poético es un sujeto social, un sujeto histórico, un sujeto cuyo destino sólo testimonia situaciones de indefensión y en donde el abuso de poder atañe la dignidad humana. Sin embargo, el ser aún cree en las utopías y lucha, a pesar de la adversidad por sostenerlas. Cito. “El legendario rey Minos golpea su orgullo/contra lo imposible,/ los rebeldes escriben su utopía/en las alas del poder./ Ícaro sacrifica su juventud./ Dédalo/vuela hacia la libertad”.
El hilo conductor que sostiene este libro es la relación que existe entre mito y realidad, los personajes de la mitología griega deambulan por estas páginas y a modo de denuncia profetizan las injusticias de este siglo, el abuso del poder, es así como Tiresias, quien obtuvo de los dioses el don de comprender el lenguaje de los pájaros, nos anuncia la torpeza del ser, a modo de ejemplo cito: “Atenea blasfema/ su ira/ por la terquedad de la gente./ Calcas y Tiresias, los videntes,/ elevan profecías/ desde sus huesos”.
La cultura greco-latina ha influido directamente en nuestra racionalidad, en nuestras conductas, y nuestra propia visión del mundo occidental. La cosmogonía de los dioses muchas veces ha determinado el comportamiento humano, como por ejemplo Prometeo quien entrega la sabiduría a los mortales, motivo por el cual es castigado, estas formas de actuar son un continuo en la existencia del ser occidental, conductas que son recogidas para volver a explicarnos el sentido y los sin sentidos de la existencia. El leer este libro “Sacros Iconoclastas” creo que tiene la virtud de cuestionarnos la realidad a partir de otras ya enunciadas en la cultura griega, el poema es el cuerpo que habla y nos acerca a estos íconos, referentes obligados para entendernos, inquisitivos de nosotros mismos, personajes lúgubres del siglo XXI esperando que algo ocurra para dejar de sentirnos simples espectadores de un mundo donde otros deciden qué hacemos, aunque es cierto que, “Cayó la noche sobre la tierra,/ aunque allá en la frontera, /Prometeo no claudicó jamás en su lucha revolucionaria”.
Fantasmas atrapados en su propio duelo, es un poemario escritor en prosa que consta de dos secciones: La primera parte titulada “La tardanza del mundo”, que incluye textos escritos en el año 2007. La segunda parte se titula “Donde levantan vuelo las proclamas”, e incluye textos escritos entre los años 1997 y 2007.
Este libro reúne una selección de los principales mitos y leyendas de la mitología griega, los más universales y estudiados. Se expone lo esencial de cada mito con un lenguaje ameno y siempre manteniendo de manera fidedigna cada uno de ellos. Además, se incluye una lista con breves reseñas bio-bibliográficas de los principales autores clásicos, tanto griegos como latinos, que escribieron sobre este tema y cuadros genealógicos sobre los principales personajes mitológicos tratados en el libro. Su objetivo principal apunta a la enseñanza escolar.
La presente edición reúne poemas publicados, por Alejandro Lavquén, entre 1983 y 2013. Los textos pertenecientes a Bitácora extraviada* (2011), corresponden a la selección —de una selección— de poemas que fueron publicados en libros y cuadernillos cuyas ediciones, en tirajes limitados, se realizaron entre los años 1983 y 1999. Los textos han sido revisados por el autor y constituyen versiones definitivas. El resto de los poemas antologados pertenecen a los libros Sacros iconoclastas (2004), A buen paso atraviesa la noche (2009) y Fantasmas atrapados en su propio duelo (2013). También se incluyen algunos textos inéditos (2014-2015) y el poema Satángel.
* Bitácora extraviada es una antología publicada de manera artesanal de la que solo se alcanzaron a publicar 30 cuadernillos de los 100 iniciales.