Sitio de Alejandro Lavquén

En 1942 Pablo de Rokha publicó el libro Morfología del espanto, que al releerlo hoy, a setenta años de su aparición, nos confirma la vigencia de la obra del poeta –lo mismo ocurre con sus otras entregas-. Entonces, vale preguntarse ¿Por qué el silencio que pesa sobre su poesía? De hecho, no es considerado, en general, con la relevancia que merece, por el canon poético establecido como oficial –siempre ligado a preceptos éticos, estéticos y sociales del stablishment literario-, pero como es imposible no mencionarlo en las aulas, lo hacen de manera superficial y con desconocimiento de su obra. De Rokha escribió más de cuarenta y dos libros además de sus ensayos y artículos. Desde la publicación de Los gemidos (1922), su primer volumen, se enfrentó a una crítica feroz, incluso malintencionada, que no podía aceptar que a través de la poesía se denunciara la injusticia social y la usura con acento revolucionario y sin eufemismo alguno. Pablo de Rokha fue un indignado, tan indignado como los que hoy se manifiestan en el mundo contra el capitalismo neoliberal.

En una de las tantas manifestaciones estudiantiles ocurridas en Chile, durante el año 2011, para exigir educación gratuita y de calidad, un grupo de jóvenes, mientras marchaban, leían a viva voz poemas del vate de Licantén: “El aullido general de la miseria imperialista da la tónica a mi rebelión,/ escribo con chuchillo y pólvora,/ a la sombra de las pataguas de Curicó, anchas como vacas,/ los padecimientos de mi corazón y del corazón de mi pueblo,/ adentro del pueblo y los pueblos del mundo/ y el relincho de los caballos desensillados o las bestias chúcaras” (…) “entreguémonos a la batalla social por la lucha futura, acorazados/ de empuje contra la naturaleza tremenda, en parición geológica,/ y a ahorcar a los ladrones públicos que edificaron escuelas de arena,/ rascacielos de estafas, puentes de durmientes podridos y túneles en desintegración, caminos con subsuelos de pantanos,/ a degollar a los que botaron como pingajos a las tristes familias/ pobres del inquilinaje, (ojota y piojos),/ obligándolas a merendar piedras a la orilla de la oceanía nacional de/ los antepasados, peleando con los elementos, cabalgando Chile ‑arriba y Chile‑ abajo con el puñal a la cintura y el atadito de cocaví desteñido en las lenguas polvosas, o descuartizando el salitre,/ y a los especuladores con la limosna internacional y las colectas filibusteras, cuando se imponen los cupos forzosos al gran Capital”. He aquí un ejemplo de la indignación vigente de Pablo de Rokha, pues al paso de las décadas la opresión continúa y la palabra del poeta se identifica indudablemente con el despertar las conciencias y el clamor de justicia social de las nuevas generaciones.  

En nuestro país, la identificación de los indignados del siglo XXI con De Rokha, sobre todo en lo que toca a los jóvenes, no sólo se produce en el campo de las ideas de liberación económica, política o religiosa, sino que también en el lenguaje épico-popular que utiliza el poeta, en la identidad latinoamericanista que manifiesta y en el recelo hacia el poder y “el arte por el arte” que lo invade. Pablo de Rokha liberó el lenguaje de sus cárceles decimonónicas y le dio expresión cotidiana, le dio carácter y motivo. Sus versos torrentosos y volcánicos, llenos de imágenes y metáforas que desbordan cualquier imaginación, jamás dejaron de lado al sujeto social como protagonista. Siempre está presente la lucha del ser humano en su epopeya poética de la historia. De Rokha es un poeta ideológico y lo asume con orgullo y dignidad, con indignación ante la desvergüenza de los oligarcas, de los explotadores y usureros. Sus poemas pueden ser un grafiti, una cocinería, música, un mural o papelógrafo, el lecho de los amantes o una batucada. Es decir, un todo que siempre sobrevive en lo popular y en lo más imprescindible del ser humano socialmente: su capacidad de indignarse –tarde o temprano- ante la injusticia.

Finalmente, es necesario decir, como un acto de reivindicación, que a pesar de sus detractores, De Rokha tuvo admiradores no menores dentro de la comunidad cultural internacional. El muralista mexicano David Alfaro Sequeiros le entregó su amistad y admiración. Allen Ginsberg, el poeta beat, se deslumbró con su poesía, y el español León Felipe escribió: “Pablo de Rokha no es sólo el más grande poeta de América, sino el más grande de la lengua castellana en el siglo XX”.

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