Tito Lucrecio Caro, vivió en Roma entre los años 99 y 55 a.C. y es célebre por su poema De rerum natura. En español el poema se titula De la naturaleza de las cosas, siendo famosa la traducción en verso realizada por José Marchena y Ruiz de Cueto, más conocido como el Abate Marchena. Éste finalizó la traducción en 1791, pero recién se publicó en 1896 gracias a la edición del polígrafo y erudito español Marcelino Menéndez Pelayo. El poema de Lucrecio es para ser leído con atención en cuanto obra poética, filosófica, científica e ideológica. El texto se ubica dentro de la llamada poesía didáctica. En este caso épica didáctica, porque el poeta utiliza el hexámetro para construir sus versos. De rerum natura es considerada por un vasto sector como la cumbre poética de Roma. También podemos decir con certeza que se trata de una épica científica, pues el contenido se refiere, fundamentalmente, al área de la física. De hecho el filósofo e historiador francés de las ciencias Michel Serres escribió un interesante libro titulado El nacimiento de la física en el texto de Lucrecio (Les Éditions de Minuit, 1977).
La obra de Lucrecio se conservó gracias a Cicerón, que actúo como editor del texto y lo dividió en seis libros tras la muerte del poeta. Es lo que indica San Jerónimo, que recopiló información acerca de Lucrecio, cuyos datos biográficos son pocos y no siempre confiables, incluidos los que dan cuenta de su muerte. Se dice que, luego de beber un filtro de amor enloqueció y se suicidó. Sobre Lucrecio y De rerum natura, el filólogo español Carlos García Gual expresa lo siguiente: “En moldes propios de la épica ofreció la doctrina epicúrea como quien aporta un evangelio filosófico de indudable eficacia para quienes se dejen dirigir por la razón. Viviendo en un época histórica muy agitada y con un temperamento apasionado, Tito Lucrecio Caro construyó con ese material filosófico un poema que tiene formidables pasajes de tono hímnico y a su lado largas disertaciones sobre áridos problemas de física y meteorología.” [Epicuro. Obras. Pág. 263. Gredos, 2007].
El poema de Lucrecio es una exposición y defensa de las ideas de Epicuro y el atomismo de Demócrito, que el filósofo de Samos había hecho suyo, pero manifestando ciertas diferencias con Demócrito. Epicuro no aceptaba el determinismo del primero y plantea un elemento de azar en el movimiento de los átomos, llamado por Lucrecio clinamen; es decir que, al desplazarse los átomos en el vacío, se produce una desviación de causas y efectos, permitiendo el desarrollo de la libertad. Epicuro usaba el término parénclisis [desviación]. Este concepto se contrapone a lo planteado por Aristóteles, acerca de que el origen de todo movimiento es el Primer motor inmóvil, el cual evidentemente se identifica con la divinidad. Para Epicuro, si bien no los niega, ningún dios dio inicio al universo, y lejos se encuentran éstos de los problemas humanos. Sobre este asunto Lucrecio expresa lo siguiente: “Pues la naturaleza de los dioses/ debe gozar por sí con paz profunda/ de la inmortalidad: muy apartados/ de los tumultos de la vida humana” [Libro I 80]. Es decir, jamás existe relación alguna entre hombres y dioses.
La filosofía de Epicuro, defendida por Lucrecio, se manifiesta en tres motivos centrales a saber: gnoseología, física y ética. Epicuro consideraba que la filosofía debía conducir a la felicidad del ser humano, felicidad basada en la obtención de placer, concepto que en su doctrina no significa “desenfreno erótico” como sus detractores, por inquina o ignorancia, han querido asentar, sino que se refiere a la variedad de necesidades del ser humano, que además catalogaba en necesarias e innecesarias, placeres del cuerpo y placeres del alma. También era fundamental la tranquilidad del alma o ánimo, y evitar el dolor para lograr la felicidad. Aquel estado de tranquilidad es conocido como ataraxia [“imperturbabilidad del espíritu debido a la ausencia de penas y temores”]. A aquello aspira el ser humano. Toda la filosofía de Epicuro tiene una finalidad ética.
En cuanto a la física, Epicuro expresa que el mundo y toda la realidad está formada por átomos y vacío, que es donde éstos se mueven o manifiestan, dando forma a los diferentes cuerpos. Todo estaba constituido por átomos, incluso el alma estaba formada por átomos. Y ésta moría cuando moría el cuerpo. La materia es eterna, siempre ha existido. Dice Lucrecio: “y como la materia es indestructible,/ cada cuerpo subsiste ileso en tanto/ no reciba algún choque, que desuna/ la textura y unión de sus principios:/ luego no se aniquila cosa alguna;/ antes bien, destruido cualquier cuerpo,/ se vuelve a sus primeros elementos” [Libro I 342]. Estos versos de Lucrecio son una evidente antesala de lo que siglos después (Siglo XVIII) Antoine Lavoissier desarrollaría en su “Ley de conservación de la materia”, donde plantea que “la materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma”. Epicuro, lo mismo que Demócrito y Heráclito son fundamentales para el posterior desarrollo de la filosofía materialista. De hecho la tesis doctoral de Carlos Marx se titula Diferencia de la filosofía de la naturaleza en Demócrito y Epicuro (1841).
El poema, como es costumbre en la poesía épica, comienza con una invocación. En este caso a Venus, madre del héroe Eneas y, por lo tanto, antepasado de los romanos. En el poema, Lucrecio se dirige a su amigo Cayo Memmio, cónsul suffectus [sustitutivo] de Roma, a quien desea instruir en los asuntos de la naturaleza, exponiendo los reales alcances de ésta: “Óyeme, Memmio, tú con libre oído,/ y sin cuidados al saber te entrega:/ no desprecies mis dones, trabajados/ en honra tuya con sincero afecto” [Libro I 65]. Luego Lucrecio expone su drástica posición respecto de la religión y sus consecuencias en la vida del ser humano, acción en la que destaca la irrupción de Epicuro: “Cuando la humana vida a nuestros ojos/ oprimida yacía con infamia/ en la tierra por grave fanatismo [Marchena traduce ‘religio’ por ‘fanatismo’],/ que desde las mansiones celestiales/ alzaba la cabeza amenazando/ a los mortales con horrible aspecto,/ al punto un varón griego osó el primero/ levantar hacia él mortales ojos/ y abiertamente declararle la guerra:/ no intimidó a este hombre señalado la fama de los dioses, ni sus rayos,/ ni del cielo el colérico murmullo” [Libro I 88]. Uno de los males que debía superar el hombre para obtener su felicidad era el miedo a los dioses.
Otros aspectos destacados del poema son indudablemente los que se refieren a temas como el movimiento y velocidad de los átomos, relacionado con su peso. También toca asuntos como la tendencia centrípeta, los sueños, los eclipses, el origen de la tierra, los animales, el ser humano, los fenómenos atmosféricos, etcétera. Respecto al tiempo expone una preclara y sugerente teoría para la época: “El tiempo no subsiste por sí mismo:/ la existencia continua de los cuerpos/ nos hace que distingan los sentidos/ lo pasado, presente, y lo futuro;/ ninguno siente el tiempo por sí mismo,/ libre de movimiento y de reposo” [Libro I 606].
El universo, la existencia de otros mundos y la muerte son temas que, por su relevancia dentro de la filosofía epicúrea, son tratados en extenso en el poema. Lo mismo que la importancia de los sentidos y la razón. Sobre los otros mundos, y partiendo de la base de que el gran todo [la materia, el universo] es infinito hacia arriba y hacia abajo, escribe el poeta: “¿Quién no ha de confesar racionalmente/ que forma la materia reunida/ otros muchos compuestos como éste,/ que el aire abraza en su recinto inmenso?/ Cuando además materia en abundancia/ está dispuesta, y un espacio pronto/ a recibirla, ni su movimiento impide algún estorbo, es claro deben/ formarse seres; y hay tan grande copia/ de principios, que no pueden contarlos/ aunque se junten mil generaciones;/ y si para juntarse en otra parte/ tienen la fuerza y la naturaleza/ igual a los principios de este mundo,/ es preciso confieses que las otras/ regiones del espacio también tienen/ sus mundos,/ varios hombres y animales” [Libro II 1374].
En cuanto a la muerte, Lucrecio, tal como Epicuro, considera que es otro de los miedos que atormentan al ser humano y causan su infelicidad, lo que es absurdo puesto que morir es normal y tras la muerte no hay nada, ni infiernos ni paraísos. Por lo tanto, tampoco dolor. Sencillamente se retorna al ciclo de la materia. En la segunda de sus Máximas Capitales Epicuro expresa que: “La muerte nada es para nosotros. Porque lo que se ha disuelto es insensible, y lo insensible nada es para nosotros”. Por su parte, Lucrecio desarrolla esta idea en su poema más ampliamente: “La muerte nada es, ni nos importa,/ puesto que es de mortal naturaleza:/ y a la manera que en el tiempo antiguo/ no sentimos nosotros el conflicto” (…) “luego que no existamos, y la muerte/ hubiere separado cuerpo y alma,/ los que forman unidos nuestra esencia,/ nada podrá acaecernos/ y darnos sentimiento, no existiendo:/ aunque el mar se revuelva con la tierra,/ y aunque se junte el mar con las estrellas” [Libro III 1131]. Recordemos que para Epicuro el alma está hecha de átomos (más sutiles que los del cuerpo) y ésta muere al morir el cuerpo.
El poema De rerum natura de Lucrecio es importantísimo para el desarrollo e historia del pensamiento científico, y afortunadamente se ha conservado. Siendo además fuente fundamental para conocer la doctrina epicúrea, de la cual han sobrevivido escasísimos fragmentos. Poco y nada se sabría de Epicuro de no ser por Lucrecio y Diógenes Laercio, que dedica el Libro X de su Vidas y opiniones de los filósofos más ilustres al filósofo de Samos. Hacia fines del siglo XIX se descubrieron en Enoanda, al norte de la antigua Licia en Asia Menor (actual Turquía), inscripciones en un extenso muro que dan a conocer el pensamiento de Epicuro. Las últimas excavaciones se realizaron entre 1974 y 1983, pidiéndose rescatar valiosos fragmentos. El autor de aquellos textos es conocido como Diógenes de Enoanda, convirtiéndose en otro gran aporte para conocer las ideas de Epicuro.