Los niños de la playa de Gaza avizoraban el mar
con sus ojos palestinos, que son luz y asombro
como los ojos de todos los niños del mundo.
Jugaban con las olas, tan lejos y tan cerca de la muerte.
No lo sabían. No lo imaginaban. No cubrían sus rostros.
Eran tan sólo niños, armados como se arman todos los niños:
con sonrisas y manos, con fiestas y colores.
Pero del mar no llegaron gaviotas ni serpentinas,
sino bombas, desquiciadas ojivas arrojadas
desde la sagrada menorá,
como bolas de fuego del Armagedón.
Surcaron el cielo ángeles macabros con fuego en sus manos
y usurpación y genocidio en sus alforjas,
abatiendo miles de ojos palestinos.
La oscuridad cubrió los bellos ojos palestinos
de los niños palestinos.
Estallaron las sonrisas y las bellas manos que alzaban los colores.
Pensé en Sofía y Efraín, en Manuela y Vicente,
y en todos los niños del mundo que también tienen
los ojos palestinos de los niños palestinos.
Los niños de la playa de Gaza ya no juegan
en la playa de Gaza.
Las olas y la arena sangran con la sangre
de los ojos de los niños palestinos.
Allí jugaban con las olas y el balón.
Tan lejos y tan cerca de la muerte.
No lo sabían. No lo imaginaban. No ocultaban sus rostros.
Eternidad de plegarias y combate
por los ojos de los niños palestinos,
hasta que vuelvan a sonreír todos
los niños palestinos del mundo,
los de ayer, los de hoy y los de mañana.
Te levantarás Gaza desde el humo y los escombros,
te levantarás desde todos los ojos del mundo
que saben que tu patria ha sido saqueada
y ensangrentada, te levantarás y aquel día el sol
llevará en su luz las sonrisas de los ojos de los niños palestinos.
Alejandro Lavquén