Sitio de Alejandro Lavquén

César Dávila Andrade nace en la ciudad de Cuenca, Ecuador, en 1918, y desde temprano demuestra su afinidad con las letras. A pesar de no terminar sus estudios fue un gran lector y autodidacta, convirtiéndose en un hombre de grandes conocimientos en diversas materias. Se podría decir que las vicisitudes en su vida lo hicieron aferrarse de un modo total a la literatura. Dávila Andrade frecuentó la bohemia con pasión y a veces casi de manera autodestructiva, nacido en la pobreza siempre llevó a cuestas una especie de desesperanza inevitable, que dejó reflejada en muchos de sus versos, como, por ejemplo, los pertenecientes al poema “Espacio me has vencido”: “Espacio me has vencido. Yo sufro tu distancia/ Tu cercanía pesa sobre mi corazón./ Me abres el vago cofre de los astros perdidos/ y hallo en ellos el nombre de todo lo que amé”. Tras contraer matrimonio se radicó en Caracas, Venezuela, donde trabajó en radios, periódicos y revistas. En esa ciudad vivió hasta su muerte en 1967. Agobiado y desencantado de la sociedad y sus instituciones, a las que sólo veía destinadas a la opresión del pueblo y sin encontrar oportunidades, el poeta se quitó la vida cortándose la aorta. Entre sus libros de poemas se cuentan “Espacio me has vencido” (1946), “Catedral Salvaje” (1951), “Arco de instantes” (1959) y “Boletín y elegía de las mitas” (1967). También publicó los libros de cuentos “Abandonados de la tierra” (1952) y “Trece relatos” (1959).

En su obra podemos encontrar los más diversos temas, donde la nostalgia es un factor siempre determinante. En el texto “Después de nosotros”, se manifiesta claramente: “Mañana después de nosotros,/ volverá a la pradera, en dulce péndulo,/ a recorrer la música, un delirante festival./ Las alcobas cerradas/ pasarán cabeceando hacia los arrecifes/ de una ancha rosa azul” (…) “Ah, mañana, después de nosotros!” (…) “Pero esta honda noche, se hace tarde!”. En su producción también destaca la preocupación del poeta por la naturaleza y el castigo a la que la somete el hombre, en unos versos de logradas imágenes, nos cuenta la tala de un árbol por parte de unos leñadores: “Tenían los leñadores sal verde y afilada en las axilas./ Los golpes de las hachas  corrían por el bosque/ con pies planos y huecos./ Se volvían las ramas azules de sonido./ Hasta que cayó el árbol sobre el dulce costado/ cual un dios antiguo,/ con un ruido plural de abejas verdes/ y venas arrancadas”. Respecto a sus versos de amor, son en su mayoría dedicados a su esposa María Isabel. Es el caso de “Carta y canción para Isabelita”: “Ahora sé que tienes una casa en la pradera de la luna,/ y sé que entre la seda del plenilunio,/ dejas caer, en sueños, la sonrisa de tu alma./ Aquella que puede encenderse de súbito/ en la cadera de la primera estrella/ y en la pupila que en tu beso oculto/ se abre e ilumina tu cintura”. Dávila Andrade fue un poeta desencantado, y donde mejor queda reflejada esa actitud es en el poema “Meditación en el día del exilio”, texto de una ácida amargura ante los acontecimientos que lo contrariaban: “Sólo el infierno puede hacer verdaderos mártires,/ porque la salvación es el peor de los descaros/ en nuestra época;/ porque dura precisamente/ el tiempo que se necesita/ para preparar un nuevo Universo de Condenados./ Sí: el Infierno es un lugar quebrado hasta lo infinito./ Perro y caballo se alimentan siempre/ del camino más corto entre dos puntos./ Busca Tú la Poesía”. Su desazón social y compromiso se manifestó en un magnífico poema titulado “Boletín y elegía de las mitas”, donde las raíces indígenas y la denuncia fluyen como un río que desemboca en un lenguaje que se conjuga con la identidad: “En plaza de Pomasqui y en rueda de otros naturales/ nos trasquilaron hasta el frío la cabeza./ Oh, Pachacámac, Señor del Universo,/ nunca sentimos más helada tu sonrisa,/ y al páramo subimos desnudos de cabeza, a coronarnos, llorando, con tu sol.” (…) “Y vuestro Teniente y Justicia Mayor/ José de Uribe: ‘Te ordeno’. Y yo,/ con los otros indios llevábamosle a todo pedir,/ de casa en casa, para sus paseos, en hamaca./ Mientras mujeres nuestras, con hijas, mitayas,/ a barrer, a carmenar, a texer, a escarbar;/ a hilar, a lamer platos de barro –Nuestra hechura-./ Y a yacer con Viracocha,/ nuestras flores de dos muslos,/ para traer al mestizo y verdugo venidero”. Un lamento que Dávila Andrade nos dejó, y que en el futuro debería convertirse en un grito de libertad para todos los pueblos de Indoamérica.

Categorías: Blog